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Mi abuela tenia un bosque de plata y oro blanco en la cabeza, que protegía una mente perdida en un descenso infinito. Nunca he visto ojos más bonitos que los suyos, un lago negro de dulzura. Con sus finos labios siempre hacia arriba, en una sonrisa de niña. De estatura pequeña y menuda, que sirvió como armadura para el tesoro que tenía bajo las costillas. Cada día que pasa me olvido un poco más  tu rostro, y corro a buscar una foto, para que el Alzheimer no se lleve también tu recuerdo.

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